Por esas cosas buenas y raras de la vida , mis padres eligieron y me hicieron bautizar con el nombre de Francisco. En mi niñez nos inculcaron la devoción por San Francisco, patrono de los humildes; mi madre nos hizo de la tercera orden franciscana con la obligación de concurrir a misa los domingos. ¿Dónde? En el templo de San Francisco, en la esquina de nuestra Plaza Independencia, con inolvidables desayunos preparados por los curitas franciscanos, consistentes en un tazón grande de chocolate con unas exquisiteces de galletas dulces y saladas, por ellos fabricadas, con ese suave perfume a limpio e incienso. Así llegué a conocer y valorar el interior y el exterior del templo, con todas sus obras de arte sagrado, plasmadas en sus muros y en cada una de las imágenes, especialmente la maestría y la perfección de los trabajos en ladrillos, en columnas, arcos ,vigas y revestimientos. Su majestuosidad y detalles son muestras fidedignas de la cultura jesuítica del siglo XVIII. LA GACETA, en su informe reciente, me refrescó la memoria y me alegró el alma la noticia de que la señora Intendenta municipal, con profesionales, capaces e idóneos y ayudas económicas, aporta para que se recupere y revalorice, en forma seria y responsable, esa parte de nuestra historia. La desidia, el tiempo y la humedad estaban destruyendo esas invalorables reliquias que nacieron con la patria. Mi vida está sembrada de Franciscos: mi padrino Francisco; Dios puso en mi camino a mi suegra Francisca Ortiz, con su hija del mismo nombre, compañera de toda la vida: formamos una laboriosa familia; en distintos lugares nos dicen “los Pacos o los Panchos”; y para no perder la costumbre un nieto se llama Franchesco (más cheto). Como todo devoto católico, cada uno tiene su veneración, fe y preferencia por alguna imagen en especial y la mía en años fue el Cristo Crucificado ubicado en la nave izquierda de la Iglesia San Francisco; éramos muchos, tantos que le gastamos los dedos del pie a Jesucristo… actos de fe que, a no dudarlo, volveremos a realizar. ¡Gracias a quienes, diariamente, con la ayuda de Dios, por intersección de San Francisco, están realizando esta noble y loable labor.
Francisco Amable Díaz
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